/ Capítulo 03

Los crianceros de la Virgen

A 8 km del dique Ballester, donde el agua da vida a las chacras, Laureano y Marta crían a sus chivas en Contralmirante Cordero, bajo la escultura de la Virgen María Auxiliadora. Debieron trabajan desde chicos a metros del Canal Principal, pero lograron que sus hijos pudieran ir a la escuela y tener un oficio. La lección de no bajar nunca los brazos, ni aún en el peor momento.

Cada mañana, a eso de las nueve, don Laureano Coñuelao abre la tranquera del corral y pega un par de chiflidos para que sus 70 chivas se apuren a salir, lo rodeen y encaren casi derrapando rumbo a la orilla del Canal Grande, que aparece ahí nomás, después de una trepadita.

Él las sigue en su vieja bicicleta roja, entre los olivillos y los álamos. Y si hace falta, larga un grito profundo para ordenar el rebaño, aunque a veces se le retoba para cruzar el puente, hasta que se manda una y las otras la siguen. Después esconde la bici entre los árboles y camina tranquilo, mientras ellas pastan bajo la mirada atenta de María Auxiliadora, patrona de la producción.

La escultura de la Virgen, de seis metros de altura, fue instalada hace 13 años sobre una loma a unos 200 metros del puesto, con la esperanza de fomentar el turismo religioso. “Al principio me asustaba. Me acuerdo bien de la primera mañana: salí a ver a las chivas y sentí como que alguien me miraba, era grandota además. Y pesada, si tuvieron que ponerla con una grúa. Con el tiempo me fui acostumbrando, ahora ya tiene luces y todo”, cuenta mientras se acomoda la gorrita azul bajo el sol del mediodía.

“La gente sube y mira el Canal, es muy linda la vista desde ahí: ves el agua y detrás las chacras”, agrega, una síntesis perfecta de la panorámica de kilómetros de tierras productivas que bordean la costa, el valle que emergió en el desierto gracias a los pioneros que lo imaginaron hace 100 años.

La curva de los sueños

Su vida transcurre en este paraíso de Contralmirante Cordero que no muchos conocen: la casa está justo frente a una curva y el primer salto del Canal a 8,4 km de su nacimiento aguas arriba en el dique Ballester, donde comienza el sistema de riego que irriga 65.000 hectáreas al norte de la Patagonia.

"Vivir junto al Canal es una bendición: el agua nos da todo.
Pero esto es sacrificado: no se para por el frío,
ni por calor, ni en los feriados, ni en las fiestas" cuenta Marta.

Años atrás le asignaron una vivienda de plan en Cinco Saltos, a 10 km, pero nunca se acostumbró al pueblo y con la calefacción a gas vivía con anginas, así que un día se volvió al puesto y nunca más se fue. “Este es nuestro lugar, acá nos sentimos bien”, cuenta mientras mira a las chivas recién nacidas, busca a un guacho para darle la mamadera y Marta Osés camina hacia el corral, mate y tortas fritas en una bandeja, rodeada de perros que mueven la cola y un gato infiltrado que no parece correr riesgos.

“Los tiran acá y siempre le buscamos la vuelta para darles algo de comer”, relata ella. “No los vamos a dejar solos, ¿no?”, explica. Se conocieron de chicos, cuando los dos nadaban en el Canal. Después emprendieron juntos la aventura de formar una familia a sus orillas y de criar animales para sustentarse. Y aquí están, 45 años más tarde, él con 66 y ella con 61, en el mismo camino a metros del agua que les trajo tanta alegrías como esa pena inmensa que llevan dentro y que contarán después, cuando llegue la segunda ronda de amargos.

La historia

Él aprendió el oficio en El Huecú, en el corazón del norte neuquino, antes de llegar a estas tierras con su familia en busca de nuevas oportunidades. Ella, aquí mismo, donde se crió, con su padre como maestro. “Era salir a cuidar a las chivas y volver acarreando la leña. Pasan los años y seguimos en la misma, me gusta esto. ¿Cómo hago para que me obedezcan? Les hablo, pero si tienen mucha hambre no le hacen caso a nadie”, cuenta Marta.

A veces salen juntos, a veces se turnan en este trabajo que no se suspende nunca: ni por lluvia, ni en las fiestas, ni siquiera ese día de invierno que nevó. Y si ellos no pudieron terminan la primaria, porque había que trabajar y no había vueltas con eso, así lograron criar a sus seis hijos, darles la chance de estudiar, de progresar, de buscarse un oficio y un trabajo. Acostumbran juntarse los domingos a disfrutar de un asadito, de las charlas, de la guitarra y las canciones de Laureano, que supo tener un conjunto de música con su suegro y cantar hasta la madrugada, ser minero en la bentonita y jinete de cuadreras.

El jugador que no fue

También pudo ser futbolista. Lo vinieron a buscar dos veces de Chacarita cuando tenía 12, porque lo vieron en un torneo colegial, pero su padre no quería saber nada. Al final los dirigentes le dieron un ultimátum.

-Vamos a esperar afuera. Le damos cinco minutos para que lo piense otra vez -dijo uno-.

-Su hijo tiene una estrella, no deje que se le apague -dijo el otro. Cumplido el plazo, entraron.

-No señor, no se va. Su futuro es eso que está ahí afuera, sus animales -fue la respuesta. Nunca volvieron.

-¿Cree que se equivocó su papá, don Laureano?

" Yo llevaba el fútbol y no me lo sacaba nadie.
Vinieron a buscarme de Chacarita. Pero mi papá dijo no,
su futuro son los animales que están ahi afuera.
Tuve un futuro, pero me hubiera gustado probar ", dice, Don Laureano

-Quería lo mejor para mí... Y tuve un futuro con los animales. En eso no se equivocó. Pero yo llevaba el fútbol y no me lo sacaba nadie, iba para allá, para acá... Me hubiera gustado probar. A lo mejor se me daba, quién sabe…”, dice y su mirada se pierde en el horizonte.

Difícil encontrar uno más lindo que este atardecer en el Canal, que aquí es bien ancho, de unos 50 metros, con las nubes que se reflejan en el agua y el sol que empieza a apagarse mientras ahora es Marta la que camina en la orilla con las chivas, como hace cada vez que su marido se va en la bici roja rumbo a su trabajo en una cooperativa frutícola y ella se queda al comando, acompañada por los perros y visitada por los hijos. En lo alto, brilla María Auxiliadora. Una pareja se saca una selfie con el fondo del agua y cinco ciclistas esperan su turno antes de volver a los senderos de las bardas, en la margen norte, el lado árido.

Un dolor en el alma

En los asados de los domingos hay una ausencia que es presencia: la del hijo mayor, que se tiró al Canal frente a la casa, dos años atrás, a metros del salto embravecido. Tardaron seis días en encontrarlo.

“Fue por una pena de amor... Las mujeres somos más fuertes que los hombres. El tenía 13 años cuando quedó mal. Estuvo en tratamiento, hicimos todo lo posible por recuperarlo, era nuestro mimado. Pero no pudimos, no pudimos...” cuenta Marta, el tono cada vez más apagado.

“Tenía 35 años, nos dejó una carta”, agrega Laureano. No es fácil escucharlo: la voz se le mete para adentro, la mirada tan triste. Durante la búsqueda, un grupo de vecinos llegó hasta el dique Ballester para exigir que corten el agua y poder así dar con el cuerpo. La respuesta: es temporada alta de riego, no se puede. Lo que siguió tiene dos versiones: hubo una irrupción violenta, se rompieron valiosos equipos, hubo daños por cuatro millones y como consecuencia alambraron el perímetro por seguridad, aseguran los responsables del sistema de riego. La otra la cuentan Laureano y Marta: fue pacífico, era la única manera de hallarlo, el nivel del agua bajó apenas la mitad, el pueblo se levantó y fue para allá, el propio intendente encabezó el pedido sin violencia.

Afuera, muy cerca, el sol da a pleno sobre una cruz que recuerda a un joven de Centenario que también cayó al agua aquí, a metros del banco de madera.

Sus familiares y amigos cortaron el tránsito en el dique que se usa como puente para reclamar que bajaran el nivel del agua. Un hombre de 70 años que viajaba en un colectivo varado por el piquete se descompensó y murió, lo que agravó la tensión, que se descomprimió cuando fue hallado el cuerpo.

La vida continúa

Después de unos minutos, sentado de espaldas a la pared de ladrillos gracias del hijo que ya no está, que se cargó el trabajo al hombro como tantas otras mejoras en la casa, Laureano consigue recomponer el tono. “También nos hizo el horno”, aporta Marta, los ojos brillosos, las fotos de los nietos detrás. Enseguida cuentan que uno de ellos tiene pasta para el fútbol, como el abuelo, que ahora recuerda una anécdota con su padre. “Nos habían dado botines Sacachispas para un campeonato de la escuela en Cinco Saltos. Mi papá me había mandado con unas ovejas, así que estuve una rato con ellas y después las dejé solas, con los perros que las cuidaran y me fui a jugar, troté como 10 kilómetros con las alpargatas. Llegué y me puse los Sacachispas, estaba contento. Pero tuve la mala suerte que se apartó una puntita de ovejas y justo fue él para allá. Ahí nomás salió como tiro para la cancha y cuando lo vi rajé, porque no andaba con vueltas... ¿Si me enojé? Me quedé triste, por ahí también hay que pensar que de esos animales comíamos todos, que los había puesto en riesgo. Eran otros tiempos...”

Lo saben los hijos de Marta y Laureano, que no debieron continuar con la tradición y pudieron buscar otros horizontes. Para eso, los 365 días, las cosas empiezan a las seis de la mañana en el puesto. Lo primero que hace él es mirar si están los siete caballos. “Son su felicidad”, dice ella. Saluda a la Esperanza, la Estrella, el Zaino, los potrillos. También pastan a orillas del Canal. “Pero él les silba y vuelven. Se entienden”, cuando ella. Y agrega: “Vivir acá es una bendición, el agua nos da todo”.

Paradojas

La mirada atenta de la Virgen no intimida a los ladrones, que les entraron con la moto y cargaron una chiva apretada entre el conductor y el acompañante más de una vez. También les robaron una yegua que se había retrasado en el regreso.

Laureano encontró lo que quedaba de ella al otro día allá arriba, detrás de la loma de María Auxiliadora: la habían carneado. Sus restos quedaron esparcidos en un basural a cielo abierto, en este extraño país donde para apropiarse de lo ajeno hay muchos muy rápidos pero donde lo que es de todos no es de nadie y entonces por qué cuidarlo.

-Llegué tarde a rescatar a la potranca, se vino la noche y la perdí -dice Laureano y convida el último mate-. Ahora también cae el sol, ya es tiempo de ir a buscar a las chivas y dar por terminado el día.








Galería de fotos

Comentarios

AUSPICIAN


Gobierno de Río Negro
CALF