/ Capítulo 09

De Europa a Regina, tres generaciones entre peras y manzanas

Los Daga y los Clobaz llegaron a Regina desde Italia en la primera parte del siglo XX, como tantos otros inmigrantes de Regina. Hoy hijos y nietos continúan con la producción, en una zona donde el canal Grande se acerca a su final.

Como tantas otras historias que signaron el pasado de Villa Regina, la crónica de los Daga-Clobaz comienza en Italia, enmarcada en la Primera Guerra Mundial.

Desde allí vinieron los abuelos de Victorio Daga, uno de los protagonistas de nuestra nota, pero también lo son su madre, Mafalda Clobaz, y su hijo Guillermo Daga.

Todos están vinculados a lo largo de sus vidas a la chacra, en este caso a una que está a metros del canal principal de riego, en Villa Alberdi, en el suroeste de Regina.

Mafalda llegó desde Trieste, Italia, en el vientre de su madre, Ana Zugan. Su padre, Raimundo Clobaz, fue uno de los tantos colonos que hicieron crecer a Regina.

Mafalda, hoy de 85 años y llena de vitalidad y lucidez, tiene una historia caracterizada por la fuerza y la determinación.

Allá por 1946, cuando tenía 12 años, iba a la escuela en bicicleta y llevaba parte de la leche de las vacas de su padre. Justo antes de entrar en la céntrica Escuela Primaria Nº 52, cuando Regina eran pocas casas y varias calles de tierra.

Ella misma recuerda aquellos años y señala que dejaba la bicicleta en lo de “Reina”, a metros del colegio, y explica con claridad dónde era y quién le cuidaba la bici.

Sus palabras aún guarda el acento italiano de sus padres, aunque la región de donde viene estuvo marcada por las dos guerras mudiales. Este territorio pasó de Austria a Italia, y luego terminó en manos de Eslovenia, al final de la segunda contienda.

A los 15 años, como cuenta su hijo Victorio, Mafalda desmontaba, con caballo y arado, una de las chacras familiares. El trabajo duro siempre estuvo en su vida. Seguramente curtió el carácter que más tarde tuvo que tener para afrontar la muerte de Antonino Daga, su esposo, con el que había tenidos dos hijos y una hija, y que murió en 1971. El apellido Daga llegó a Regina de la mano de su abuelo Antonio, oriundo de Cerdeña, en el sur de Italia. Antonio, nacido a finales del 1800, llegó por primera vez al país a los 15 años: eran los años previos a la Primera Guerra Mundial. Con un tío fueron a San Luis a trabajar en las minas de mármol. Pero al desatarse la primera gran guerra, viajó a Italia para pelear como voluntario.

“Allá se casó y nacieron mi papá [Antonino] y dos de mis tíos. Uno de ellos terminó siendo médico. Los otros dos fueron chacareros”, recuerda ahora Victorio.

Antonio volvió a Argentina en la década del 30 para buscar una chacra en Regina donde desarrollar una bodega, el proyecto que lo ilusionaba desde que pisó el suelo de Argentina. Entre sus hijos venía Antonino.

Antonio compró una chacra para la bodega a un kilómetro de Villa Alberdi. Por el lugar pasaba rumbo a otra chacra la familia Clobaz, con su hija Mafalda. Los caminos de Antonino y Mafalda se cruzaron.

Mafalda llora cuando recuerda cómo el cáncer se llevó en 1971 a Antonino, tras una larga pelea. Hubo hasta un viaje a Italia para que aquel hombre de raíces italianas pero forjado en la Patagonia pudiera ver la torre de Pisa, que no había podido observar cuando eran joven a causa de un accidente en el momento justo que el tren pasaba por el lugar.

Cuando murió su marido, sus hijos varones (Victorio y Herminio) tenían 11 y 15 años, así que fue esta mujer que ahora charla en un viejo galpón la que tuvo que ponerse a cargo de la chacra de Villa Alberdi y sacar a la familia adelante.

A veces pienso que me gustaría que mis hijos sigan con la chacra, pero también pienso si no les estaré dejando un problema... Pero bueno, si a ellos les gusta, que sigan con la actividad”. Antonio Daga

Victorio había nacido en 1959. Dos años después la familia llegó a la chacra vecina al canal Grande en donde estamos, rodeados de pavos reales que cría Mafalda hace cuatro décadas.

“Los primeros bailes que se hicieron en Villa Alberdi se hicieron en este galpón”, afirma Victorio, y señala la vieja estructura donde alguna vez se trabajó la fruta de varias chacras.

En esa propiedad pegada al canal de Alberdi también se crió, junto a Victorio y Herminio y su hermana María Cristina.

Con la muerte de Antonio, la familia pasó años complicados, con Mafalda siempre poniéndole el pecho a la adversidad.

Luego sus hijos crecieron y fue el turno de empezar a probar suerte con la actividad frutícola.

Victorio y Herminio tenían un camión. Trabajaban la fruta y la vendían.

Los años duros volvería y la búsqueda de nuevos horizontes llevaron a Herminio a desandar el camino que alguna vez habían realizado sus ancestros. Se fue a Italia a probar suerte. Ya pasaron más de 25 años de aquel momento. Ahora vive en Piamonte, pero según su hermano anhela volver.

“Él decidió irse porque la producción siempre ha tenido muchos altibajos. Años que no han sido muy buenos. Él no está arrepentido de haberse ido, pero tiene nostalgia”, cuenta Victorio.

“Yo cuando me jubile me vuelvo para allá”, dice Victorio, que afirma Herminio en Piamonte. Allí formó familia y se dedicó a ser camionero, la profesión que ya había conocido en el Valle, cuando transportaban las bordalesas de su bodega.

Victorio, junto a Marta Per, su esposa, están a un par de cuadras de la chacra, en pleno Barrio Alberdi, donde eligieron vivir y romper con la tradición de mudarse al centro de Regina. Es que, aclara, prefirió “quedarse cerca de las tres chacras que trabaja” diariamente y en las que produce peras y manzanas.

El matrimonio tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Guillermo, el mayor, es el que más metido está en la chacra y quiere seguir con la tradición familiar. Estudió para ingeniero agrónomo y esta a punto de recibirse. Trabaja en una petrolera pero la chacra le tira y cuando puede hace parte de los trabajos junto a su padre. Gabriel, Yanina y Belén son el resto de los hermanos que de una u otra forma han estudiado o estudian carreras relacionadas con la actividad, como licenciatura en tecnología de los alimentos y comercio exterior.

“A veces pienso que me gustaría que mis hijos sigan con la chacra, pero también pienso si no les estaré dejando un problema... Pero bueno, si a ellos les gusta que sigan con la actividad”, analiza Victorio.

El canal Grande ha sido una constante en la vida de la familia Daga-Clobaz.

“El sonido del agua del canal cuando la cortan en invierno es como que lo extrañás”, señala el productor reginense, que todos los días pasa por un sector donde el curso de agua se divide en cuatro partes, de las últimas subdivisiones que tiene en sus 130 km .

“Nos tirábamos en cámara y a veces improvisábamos un botecito de madera. Hacíamos unos 500 o 400 metros, recuerda sonriente Victorio sobre su niñez, en la que con amigos del barrio el canal era el lugar preferido para la diversión.

En Villa Alberdi, el canal principal ya entra en su última etapa.

Pese a que el caudal es cada vez menor, las historias de vida ligadas a esta fuente de vida se multiplican. Como el caso de estas dos familias reginenses unidas por el trabajo de la tierra.


La“señora de los pavos reales” de Villa Alberdi

"La señora de los pavos reales”, así tam- bién es conocida Mafalda Clobaz en Villa Alberdi.

Al que llegue lo sorprenderá primero el sonido de estas aves, que se vuelven impo- tentes cuando despliegan toda la gama de colores de su plumaje.

“Yo tendría unos 13 años cuando un ve- cino le regaló a mi mamá una pava. Noso- tros creíamos que era un faisán”, relata Victoria mientras los animales deambulan tranquilamente ante los visitantes.

Pero la sorpresa fue mayor cuando un conocedor del tema vio al animal y les dijo que en realidad era un pavo real.

Entonces Mafalda decidió buscar un macho de la misma especia y empezó, ha- ce cuatro décadas atrás, con la cría de los bellos animales.

Según cuenta su hijo, hubo momentos en que en la chacra de Alberdi se podían verunos 30 pavos reales.


La mirada joven de la realidad frutícola en la región

Guillermo Daga forma parte de una rara especie de hijos jóvenes de chacareros que intentan seguir con la actividad frutícola. La tendencia es justamente inversa, lo que ha favorecido la concentración de grandes empresas y la pérdida constante de pequeños productores.

Guillermo plantea que son necesarias “políticas sustentables en el tiempo. Porque te imaginás que por ejemplo este cuadro [señala una hilera de frutales] debe tener unos 20 años. Con lo que tarda en producir, no puede ser que te cambien las políticas cada cuatro años”.

El mayor de los hermanos Daga asegura que así no se puede planificar, “porque esto no es como una siembra anual, que plantás trigo y al otro año podés plantar otra cosa”. Asegura que en la producción de frutales como mínimo se habla de siete años para empezar a cosechar en forma consistente, y en el caso de los frutos secos que “tenés que hablar de 8 años para arriba”. “Me tira el mundo de la chacra”, reafirma, mientras camina con su padre entre las espaldera de pera que tienen en Villa Alberdi.

“La producción anda bien, el problema son todas las trabas que te ponen para comercializarla la fruta”, plantea.

En este sentido, aseguró que hay “un montón de retenciones y un montón de impuestos que hacen inviable la actividad”. Pese a la tendencia mencionada, asegura que tiene varios compañeros de la Facultad de Agrarias que ayudan a sus padres en las chacras.






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